viernes, 26 de diciembre de 2014

Crónica

Poesía y traducción


La autora narra –desde la emoción que causa la poesía- un encuentro de vates en México, en el que estuvo el boliviano Gabriel Chávez.



Moira Bailey J.

Después de recorrer parte de la antigua casona en la que Octavio Paz viviera sus últimos días, cruzar el jardín y ubicar la fila en que me tocaba sentarme, estaba ya lista para escuchar a algunos de los poetas invitados al Encuentro Internacional de Poesía Coyoacán.
La mesa, integrada por ocho poetas de diversas partes del mundo, ya había empezado. Era el turno del marroquí  Jalal El Hakmaoui quien leía un poema largo. Al término de la lectura de cada uno de los poemas, al igual que sucedería con todos los poetas de idiomas extranjeros, aparecía otra persona que empezaba a leer la versión española. Entre tanto, una chica hacía otra traducción, esta vez al lenguaje de señas.
Cuando me di cuenta, estaba completamente absorta, pero antes que en el ritmo del poema en árabe, que me atraparía después, en los movimientos de la chica que iba haciendo una mutación armónica de los sonidos a los gestos espaciales, hacia una suerte de expresión visual.
La magia, es un hecho, sale de donde nadie se la espera, por eso me quedé mirando los brazos y las manos de aquella chica que había logrado integrar la sonoridad del poema a sus movimientos, o sus movimientos a la sonoridad del poema; se había logrado subir al poema, regalándole fuerza y vigor de forma inesperada y tal vez sin siquiera darse cuenta.
La expresión de este lenguaje no estaba conformada, como algunas otras veces, por el dibujo de las letras del alfabeto hecho con los dedos, no, en este caso la chica se iba al origen de las ideas para expresarlas con gran plasticidad. Me hizo recordar los ideogramas chinos, o pensar en la lengua maya que conozco poco, pero que siempre me ha gustado por ser tan estética y gráfica: una bolita significa uno; dos bolitas: dos; tres bolitas: tres: cuatro bolitas: cuatro, contradiciendo la lógica de los números romanos que viene rápidamente a rondar nuestro pensamiento al ver la repetición de un símbolo numérico tres veces.
Estábamos frente a un ejercicio de traducción múltiple y de gran vuelo, pues sucede naturalmente, en el momento y sin necesidad de dejar rastro alguno. Se pasa de forma inmediata de las sonoridades del español a un lenguaje simbólico que muestra la cosa, no el nombre de la cosa como estamos acostumbrados, lo que es desde ya grandioso, pues la chica escucha con el oído y expresa con las manos, los brazos y a veces hasta con una cadencia de todo el cuerpo.
Se trata de un lenguaje que hermana a los suyos, pero sin dejar a los demás completamente fuera, como hacen cruelmente los idiomas. Es un lenguaje que como todos, ha sido planeado, elaborado, unificado y puesto en uso por un grupo específico, grande o chico, de personas o sus coterráneos de otras épocas.
De pronto terminó la traducción y el poeta comenzó la lectura de un nuevo poema. La chica se quedó quieta esperando que iniciara la traducción al español para ella empezar su propia versión dibujada. Maravilloso sería, pensé en ese momento, que la chica continuara moviendo sus delgados bracitos, es decir, que fuese capaz de entender árabe y traducirlo al lenguaje de las señas correspondiente a ese idioma (porque cada lenguaje de señas tiene su lógica y corresponde al idioma que representa), pero eso ya era mucho pedir.
“Ni siquiera una pésima traducción mata del todo a un buen poema”, dijo alguien justo cuando yo pensaba en la chica y en el hecho de poder acercarme a los poemas de un poeta de Casablanca por una ventana que jamás hubiera imaginado.
El numeroso público y la calidad de los poetas invitados creaban un buen ambiente para reflexionar sobre la magia que encierra la poesía y también la traducción, y sobre los momentos en los que sus caminos se entrecruzan.
Volví entusiasmada al día siguiente a ver si salía otro conejo de la manga de algún poeta. Escuché voces de Macedonia, China, Suecia y Perú. Eran tantas las ideas y las imágenes, que hubiera querido que mediara más tiempo entre poeta y poeta, pero no vale quejarse.
La bella tarde de invierno oscurecía lentamente cuando llegó el turno de Gabriel Chávez Casazola. “Para esta noche, quiero algo luminoso” me había comentado horas antes con una sonrisa. No es de extrañar que deseara algo luminoso un poeta que lo que busca, además de expresar el paso del tiempo, es justamente iluminar las cosas y los pensamientos.
Gabriel le canta a los pájaros, a la infortunada amante de Orión que se vuelve sombra cuando éste incumple la condición de no mirarla hasta sacarla del infierno, donde había ido a rescatarla después de que el veneno de una víbora la mandara al inframundo.
Habla de las visitas de los fantasmas, de la lluvia resignada que cae sobre los patios. Apuesta por la construcción, por la renovación, por el amanecer. En Canción para la sopa el tiempo y la distancia física se asimilan encogiéndose y agrandándose mutuamente. Sus sensaciones infantiles fosilizadas primero, para ser expresadas tanto tiempo después, con la claridad que sólo puede dar la tristeza, hacen pensar a momentos en el gran Vallejo. Todos somos alguien, todos tenemos cabida y el vacío que deja el que se ha marchado, se convierte en un espacio imposible de borrar.
Sus imágenes son cálidas y cercanas, aunque muchas vengan de lejos, del Tíbet tal vez, el punto más lejano al que los bolivianos podemos llegar en la tierra en la que todos vivimos y cuyas dimensiones creemos conocer.
Aparece un palacio de jade, ¿o será sólo la idea que tenemos de lo que podría ser un palacio de jade? Una vez más, es la cosa misma, no sólo el nombre de la cosa. Un templo de Kioto, las entrañables acequias del campo de nuestro país. La mañana se llenará de jardineros” es el último verso de un poema que le canta al amanecer que prosigue al dolor, que habla de luz y de pájaros y de plantas que se suceden infinitamente.
Su poema No es ciertamente paradójico. No exalta la belleza como cosa dada, sino a aquel que es capaz de encontrarla. Está en “las líneas nerviosas diminutas que conectan el ojo con la mente. Es un exordio a la vida, a la personalidad de cada día, a las cosas que existen en el mundo, a quienes saben amarlas y a la continuidad.

Escuchar estos poemas fue una bella manera de cerrar la segunda tarde de un evento sumamente concurrido, de una reunión de poetas emblemáticos y también noveles, con las más diversas sonoridades y planteamientos. Un encuentro que ha servido de agradecido remanso, pero que también fue, sin duda alguna, un acto de resistencia a la zozobra y la tristeza que se han apoderado de México.

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